Nostalgia.
- Allison Irlanda
- 6 abr 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 9 abr 2020
Dentro de la paz que da un despertar con el sol en la ventana, se encuentra la nostalgia desconocida del ayer.
En un tic-tac, de algún reloj que nos avisa que el tiempo está pasando y seguimos en cuatro paredes viendo cómo se pasa, viendo como el sol sube y baja despidiéndonos.
Me siento al borde de la cama, buscando las pocas fuerzas que pueda tener para salir y alistarme, extrañando aquellos días cuando las manos de mi madre acariciaban mi cabello al despertar, la añoro en estos días. Ahora vivimos tan apurados, que no veo muy seguido su sonrisa.
Quiero volver a recostarme, pero el constante tic-tac, de un reloj me dice que no debo, no puedo, no debería. Recojo los rezagos que quedan de mi voluntad y salgo de casa, con un peso que no debería cargar nadie de mi edad.
Veo niños corriendo en la calle, escucho sus conversaciones que en algún momento me parecieron sin sentido, ven la vida con tanta sencillez, los problemas los solucionan más rápido. ¿Será cierto es que cuando somos más grandes, más grandes son los problemas? ¿O es que acaso los niños ven con más claridad las cosas y nosotros somos los complicados?
Me atornillo a un escritorio como todos los días, escucho los problemas de la gente, les consigo una solución, pero ¿y los míos?
¿Qué pasa conmigo? Pues bien, me es más difícil reír en estos días, me molesta desde un minúsculo zumbido de abeja, hasta la música.
Esa misma música que en algún momento me hizo levantarme de mi cama y saltar por mi cuarto, mientras los auriculares se enredaban y mi cuerpo de relajaba con los acordes.
Miro el reloj y me hundo en él, el día me parece una eternidad y algún comercial me invita a vivir una vida que solo existe en mis sueños. Hoy, me puse a pensar hace cuanto no disfruto un almuerzo. Tan ensimismado en mis problemas, la comida pasa por mi boca sin sentir el sabor, en algo tan sencillo, siento que ya no tiene sentido.
Y el recuerdo de mis dedos manchados por alguna salsa que mi chef personal preparo, me nubla los ojos. Dios. ¿Cómo es posible que ya no disfrute de una simple comida? ¿Cómo es posible que a veces piense que me estorba?
Y camino a prisa, sin saber porque, pero mi cuerpo ya no va lento, las horas se pasan, ya no juego a no pisar las líneas de las veredas, ya no salto, ya no existe la sorpresa, ni la curiosidad. ¿A dónde se fue todo eso?
Y llegar a casa, vaya, es un alivio, despojarme del bullicio de afuera, cerrar la puerta y ser otra persona. Mirar a los lados y descubrirme sola. Echarme en mi cama y mirar el techo y sentir nudos en todo el cuerpo, siento como algo se rompe desde el fondo de mí y las lágrimas comienzan a correr, como si alguien hubiera abierto un caño.
¿En qué me he convertido?
He dejado de lado mis sueños y vivo los de otros; deje de reír hace mucho, lo hago por mero compromiso. He dejado a mis amigos, miro sus fotos y trato de encontrar algo de lo que fuimos en algún momento: tantas risas, lágrimas, abrazos, comidas y ¡salud! Porque nos volvamos a ver.
Pero ahora, cada quien vive en sus cuatro paredes, escuchando sus propios tic-tac y yendo de prisa sin saber a dónde.
La noche me cubre con su manto de perlas, el frío me eriza la piel, es el peor momento para mí, escucho las risas de otros. Un bebé que apenas empieza a hablar y dice sus primeras palabras, la alegría de una familia por sus primeros pasos.
Una pareja se envuelve en un abrazo, tazas de té a sus costados para soportar el frío y una sonrisa cómplice se hace presente. ¿Y yo? Me sonrió al espejo, veo como el tiempo ha pasado por mí, como se va, como el repique de la lluvia y el temblor de mis labios me regresa mis lágrimas.
Por lo que se fue, por lo que no volverá a ser como antes. Por todas esas veces que quise correr lejos, esos gritos que me he guardado.
Y me dejo ir, la nostalgia toca mi puerta y le abro, la invito a pasar, le cuento de mis días felices: de como saltaba con la música, como comer un helado era el mejor remedio para un corazón roto, de bailar y brindar con mis amigos, de un almuerzo en familia lleno de risas y anécdotas, de cómo el sol entraba por mi ventana y me invitaba a vivir un día mas, le cuento de cuando yo era feliz y no lo sabía…

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