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Soltar 🍃💐✨

  • Foto del escritor: Allison Irlanda
    Allison Irlanda
  • 11 jun 2020
  • 4 Min. de lectura


Yo apenas tenía 12 años, asi que no me dejaban entrar a su cuarto, pero la pude ver desde la ventana. Estaba hablando con el medico y se tocaba el estómago. Se había ido, me había elegido a mí

Se cubrió el rosto y vi como una solitaria lagrima comenzaba a escurrirse entre sus dedos, a mis 12 años no entendía cuanto dolor le había causado esa elección. Me había portado tantas veces mal con ella, sin imaginarme el sacrificio que ella acababa de hacer.

Y no era la primera vez, ya antes había dejado su hogar para empezar uno nuevo, para que yo tenga una mejor vida. Ahora había decidido quedarse conmigo para que no me falte una madre, pero lo había soñado, estaba ilusionada y yo no entendía cuanto dolía soltar una ilusión.

Ella me miro desde su cama, su compañero le sostenía la mano y seguramente lo estaba diciendo que era lo mejor, que aún me tenían a mí. Los ojos se le llenaron de lagrimas y me miro con una sonrisa, sus labios susurraron un “Te amo” y yo le sonreí. En ese momento quería correr a abrazarla, decirle que no la haría llorar otra vez, que me portaría bien, pero uno no debe hacer promesas que no cumplirá.

Somos como dos brasas de fuego ardiente, que se levantan y estallan a la mínima provocación, somos dos ríos furiosos, pero también somos abrazos suaves, caricias que miran las estrellas y sueñan una vida mejor.

Y esa fue la primera vez que entendí que soltar es el acto menos egoísta del mundo, soltar es un acto de amor.

No lo entendía, pues a mis 12 años nunca había tenido que elegir entre una cosa u otra, me habían dado todo cuanto había pedido, siempre había sido consentida y no sabia que era dejar algo que amaba. A esa edad todo es banal para algunos, para mi los 12 era la edad de una nueva ilusión, de preocuparme por cosas insignificantes, pero que en ese momento eran “todo” para mí.

Y me volví a soltar, cuando años mas tarde me encontraba perdida, aferrada a alguien que no hacia mas que destruirme de a pocos.

Comencé a dejar a mis amigos de lado, él se había vuelto mi mundo entero. Respiraba del oxígeno que recibía de él. Nos creíamos invencibles, éramos el uno para el otro y para mi él era el mejor.

El chico mas guapo, mas atento, detallista. Pero más peligroso. Me había comenzado a consumir y quería mas de lo que yo podía dar.

Entonces entendí que cuando le das todo a una persona y esta se va, te quedas sin nada, te sientes nada. Y yo no tenia amigos que me dijeran lo contrario, casi pierdo el año solo por estar pendiente de él, pero el ya no me quería. Ya no era la chica de sus sueños, era una desconocida más.

Y paso que cuando comencé a juntar otra vez los pedazos de mí, él apareció a recordarme que mi vida dependía de él, que yo no servía sin él. Que era nada. Me hizo sentir culpable, me hizo autodestruirme, derribar puentes y aislarme de todo lo conocido.

Hasta que apareció un ángel, que me mostro otra vez el camino y expulso al demonio de nuestro paraíso. Me tomo la mano y me dijo que era una persona maravillosa.

Y entendí que tenía que soltarme y volverme a encontrar. Repare cada pedazo de mi ser, ensaye mi sonrisa cada día en el espejo, hasta que me llego a los ojos y creí. Y volví a sonreír son forzarme.

Entonces a veces el acto de amor más grande hacia nosotros es soltar todo eso que nos hace daño, aunque nos destruya un poco en el proceso.

Y ese mismo ángel estuvo conmigo en mis peores momentos.

Me enseño mucho de la vida y de cómo debía guardar mis lagrimas para cosas mas importantes, me explico sobre esas amistades que duraban toda la vida y me dijo que, aunque no haya nacido dentro de la familia ideal, podía crear la misma.

Nunca se rindió, a pesar de mis indecisiones, siempre dijo que esta era la definitiva. Y siempre tuvo una taza de tecito caliente para mis noches tristes y frías. Y nos peleamos, caray, como nos peleamos.

El orgullo nos ganaba y dejábamos de hablar. Ni nos mirábamos, pero nos rendiamos, no podíamos estar el uno sin el otro. Y me contaba de sus recuerdos, de aquello que extrañaba, y cuando sus lágrimas aparecían me gustaba abrazarlo.

Cuando era pequeña, lo esperaba hasta que llegaba de trabajar y hacíamos la siesta juntos. Nos escapábamos a mirar las nubes echados en el parque y como buen caballero, mi ángel me llevaba del brazo por la calle.

Y mi ángel se comenzó a llenar de canas y la piel se le hizo mas delgada. Sus manitos casi siempre estaban heladas y se le dio por evocar el pasado y llorar. Extrañaba mucho su pasado, las personas que se habían ido y aunque estaba acompañado, se sentía solo.

Verán, parece que eso sucede con la edad, y es que como dicen las personas que mas nos aman, nunca nos abandonan, pero un día me dijo que la extrañaba mucho y se puso a llorar. Me dijo que se sentía solo a pesar que yo estaba a su lado sosteniendo su mano. Miro al cielo y me dijo que estaba cansado.

Y aunque me partió el alma, lo mire a los ojos, le di un beso en la frente y le dije que lo amaba, que no importaba que el a veces se molestara conmigo. Le prometí cuidar sus flores, le prometí no llorar y le dije que lo respetaba.

Él se quería ir y yo, que ya había disfrutado de risas, lagrimas, felicidad pura a su lado, lo deje ir…

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